domingo, 15 de octubre de 2017

H. P. Lovecraft: «Azathoth».

¡Hola a todos!

Hoy quiero retomar un tipo de entradas que inicié el curso pasado, como lo que hice en “Lord Dunsany: «Caronte»” y en “Julio Cortázar: «Continuidad de los parques»”, donde os cuelgo un breve relato de un autor junto con una pequeña biografía y un mínimo comentario acerca del cuento animándoos a decirme qué análisis sacáis de él, algo que me parece una iniciativa para ayudar a descubrir obras y autores y a conocernos algo mejor.


Como podréis adivinar por el título, me voy a centrar en H. P. Lovecraft (1890-1937), uno de los escritores norteamericanos más influyentes del siglo XX en la literatura fantástica, especializado tanto en relatos como en novelas de terror y ciencia ficción. Su obra es ahora considerada como un clásico del horror cósmico, y une el terror sobrenatural con elementos de ciencia ficción. Una de sus obras más conocidas y que además desarrolló con otros autores es Los Mitos de Cthulhu, una mitología que ha influido en muchísimos autores de ficción además de en películas, dibujos animados, cómics…

En esta entrada quiero dejaros un relato corto llamado Azathoth (publicado póstumamente en Leaves), un cuento de corte fantástico y con un estilo un tanto lírico, casi poético, donde en un mundo cansado, apagado, alguien se asoma al cielo buscando una vista distinta tratando de alejarse de su vida diaria y encontrar nuevos horizontes. Este cuento podría ser una introducción a una novela inconclusa del autor donde el personaje de Azathoth tendría un papel fundamental.
Aquí os lo dejo.
AZATHOTH
H. P. Lovecraft
Cuando el mundo se sumió en la vejez, y la maravilla rehuyó la muerte de los hombres; cuando ciudades grises elevaron hacia cielos velados por el humo torres altas, temibles y feas, a cuya sombra nadie podía soñar sobre el sol ni las praderas floridas de la primavera; cuando el conocimiento despojó a la tierra de su manto de belleza, y los poetas no cantaron sino a distorsionados fantasmas, vistos a través de ojos cansados e introspectivos; cuando tales cosas tuvieron lugar y los anhelos infantiles se hubieron esfumado para siempre, hubo un hombre que empleó su vida en la búsqueda de los espacios hacia los que habían huido los sueños del mundo.

Poco hay consignado sobre el nombre y procedencia de este hombre, ya que eso correspondía exclusivamente al mundo despierto, aunque se dice que ambos eran oscuros. Baste saber que vivía en una ciudad de altos muros donde reinaba un estéril crepúsculo; y que se afanaba todo el día entre sombras y alborotos, volviendo a casa por la tarde, a una habitación cuya ventana no daba a campos y arboledas, sino a un penumbroso patio hacia el que muchas otras ventanas se abrían en lúgubre desesperación. Desde ese alféizar no se divisaba sino muros y ventanas, a no ser que uno se inclinara mucho para escudriñar hacia lo alto, hacia las pequeñas estrellas que pasaban. Y dado que los muros desnudos y las ventanas conducen pronto a la locura al hombre que sueña y lee demasiado, el inquilino de este cuarto solía asomarse noche tras noche, escrutando a lo alto para vislumbrar alguna fracción de cosas que estaban más allá del mundo despierto y de la grisura de la elevada ciudad. Con el paso de los años, fue conociendo a las estrellas de curso lento por su nombre, y a seguirlas con la fantasía cuando, con pesar, se deslizaban fuera de su vista; hasta que al fin su mirada se abrió a la multitud de paisajes secretos cuya existencia no llega a sospechar el ojo mundano. Y una noche salvó un tremendo abismo, y los cielos repletos de sueños se abalanzaron hacia la ventana del solitario observador para mezclarse con el aire viciado de su alcoba y hacerle partícipe de sus fabulosas maravillas.

A ese cuarto llegaron extrañas corrientes de medianoches violetas, resplandeciendo con polvo de oro; torbellinos de oro y fuego arremolinándose desde los más lejanos espacios, cuajados con perfumes de más allá de los mundos. Océanos opiáceos se derramaron allí, alumbrados por soles que los ojos jamás han contemplado, albergando entre sus remolinos extraños delfines y ninfas marinas, de profundidades olvidadas. La infinitud silenciosa giraba en torno al soñador, arrebatándolo sin tocar siquiera el cuerpo que se asomaba con rigidez a la solitaria ventana; y durante días no consignados por los calendarios del hombre, las mareas de las lejanas esferas lo transportaron gentiles a reunirse con los sueños por los que tanto había porfiado, los sueños que el hombre había perdido. Y en el transcurso de multitud de ciclos, tiernamente, lo dejaron durmiendo sobre una verde playa al amanecer; una ribera de verdor, fragante por los capullos de lotos y sembrado de rojas calamitas…
¡Hasta aquí la entrada de hoy! Espero que os haya gustado, que si no conocíais a Lovecraft os animéis a buscar algo sobre él y que hayáis disfrutado del relato. ¡Hasta la próxima!

2 comentarios:

  1. He leído un par de libros del autor, pero, salvando algunos relatos, ambas antologías me dejaron un tanto frío. No obstante, me gustaría repetir más adelante, pues tiene un estilo que me gusta.

    Un beso ;)

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  2. Este es uno de sus cuentos fantásticos. A mi me gustan pero no son ni parecidos a los de terror. Esos sumergen al lector en una atmósfera angustiosa y sofocante. Debe ser, y lo digo en presente, el mejor escritor de terror de (casi) todos los tiempos.
    Salu2

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